Siempre queda la huella

Hace tres años, una gente me dieron la oportunidad de volver a engancharme a Él.
Me había alejado bastante de mi faro, de la luz que me guiaba, hasta el punto de casi perder el norte. Aunque no muy confiada y algo desganada decidí compartir aquel fin de semana, eso sí planteándomelo muy mucho. Mi cabeza giraba en torno a cuestiones como: qué necesidad..., volver a lo mismo..., si ya pasé por esto y acabe quemada, etc, etc. Busque todas las excusas posibles para no ir. Pero algo interno me decía lo contrario, quizá el haber dado mi palabra y comprometerme.
Cogí mochila y saco en mano, como en antaño, dirección a Teror.
Aquella cantidad de jóvenes con todas esas hormonas revolucionadas, como yo pensaba, me dieron una lección que me dura hasta el día de hoy. Lo que pude aprender de ellos, el darme cuenta que todavía hay jóvenes que están por Él, verlos disfrutar de la forma que lo hicieron al igual que yo. El recuerdo de esa experiencia ha hecho que este finde lo volviera a repetir.
Y aunque en estas cosas siempre surgen imprevistos y no todo es tan bueno, me quedo con el acogimiento cariñoso, con esas caras de cierta inocencia y ternura que todavía queda en muchos de ellos, en la picaresca de otros, ver como han crecido en altura e interiormente, en el buen sentimiento de algunos, en el cariño que me demuestran varios y como no, en la cercanía y compenetración de todos los que vamos a cargo de ellos, pero sobre todo, saber que no le he perdido, que sigue estando ahí apostando por mi.
Y aprovechando la coyuntura, agradecer a DE por las palabras que, de alguna manera, me dedicó recordando otras épocas vividas en grupo.

Recuerdos. Fá